Ni un gran novelista hubiera podido idear la historia de los príncipes Rainiero y Grace de Mónaco. Sus ingredientes seducen hasta al más apático de los espectadores: un amor apasionado, mucho glamour y la fatalidad. Los enredos de sus hijos, la bella Carolina de Mónaco, el príncipe Alberto y la díscola Estafanía siguen ocupando hoy los titulares del mundo. Sin embargo, el alma de la saga fue y será el romance de cuento de hadas entre el heredero del principado de Mónaco, Rainiero III y la súper estrella de Hollywood, Grace Kelly, en los años 50. Y por supuesto, su trágico final.
Grace era una niña rica oriunda de Filadelfia, hija de un multimillonario - empresario y campeón olímpico en remo- y su cuna fue, sin dudas, de oro. Cuando creció y su belleza floreció hasta hacerla resplandecer, viajó a Nueva York donde fue modelo y actriz con tal éxito que no sólo llegó a Hollywood, sino que a los 26 años era la favorita del director cinematográfico Alfred Hitchcock y ya había ganado un Oscar. Kelly lo tenía todo.
Quizás por eso, no lo pensó dos veces cuando se le presentó la oportunidad de conquistar un mundo completamente diferente del que transitaba hasta entonces.
Cuando sus caminos se cruzaron él tenía 32 años y ella, 27. La sofisticación y elegancia de esta etérea mujer fulminaron de inmediato al príncipe cuyo verdadero nombre era Luis Enrique Majencio Beltrán Grimaldi.
El primer cruce fue en 1955, durante un viaje, cuando ella aceptó tomarse fotos con su Alteza Serenísima (apelativo usado para dirigirse a los máximos jerarcas de un principado). Mientras esperaban ser retratados, el la escoltó a través de sus jardines y le mostró su zoológico privado, donde acariciaron a las crías del león a través de las rejas. Los testigos aseguraron que el flechazo se sentía en el aire. Los roces, las sonrisas, la seducción imposible nacía inevitable entre dos seres de universos disímiles.
El monarca tenía pendiente solucionar el problema de su soltería, ya que un tratado de 1918 entre Mónaco y Francia estipulaba que el principado sería reconocido como independiente mientras el trono estuviera ocupado, de otra manera, el país debía incorporarse a Francia. Por ende, era responsabilidad del príncipe procurar un heredero y para ello, precisaba una esposa. Eso sí, debía ser un vientre fértil. Acababa de concluír una relación con Gisele Pascal porque ella era incapaz de concebir.
A Grace se le adjudicaba un amante por film realizado, pero nada parecía opacar su sonrisa. Espléndida, fresca y luminosa como un ángel pasaba sus días rodeada de joyas, flores, sedas, halagos y atenciones, gozando de una carrera que se rendía a sus pies.
Así las cosas, era improbable que el príncipe y la estrella de cine volvieran a coincidir en tiempo y espacio. Pero luego de varios y románticos correos postales, volverion a verse en Filadelfia y Nueva York. Quizás fue en el departamento de la Quinta Avenida de Grace, donde Rainiero pidió finalmente su mano.
Kelly terminó su última película, High Society , y se embarcó rumbo a Europa. Aunque no pertenecía a la realeza se movía, se vestía y hablaba con el estilo de una reina. La pareja era perfecta y la prensa mundial enloqueció con la historia. Dos mil periodistas internacionales viajaron al principado para cubrir la boda. El 19 de abril, en la majestuosa catedral de San Nicolás, la actriz y el príncipe dieron el sí en el altar y así ella se convirtió en princesa. Su vestido se había confeccionado con 125 metros de encaje. Estaba trabajado con seda salvaje y llevaba bordadas miles de diminutas perlas. La ceremonia fue vista por 30 millones de telespectadores alrededor del mundo.
Al volver de la luna de miel, Grace supo que estaba embarazada de su primera hija, Carolina. Fueron tiempos difíciles pese a la alegría de ser madre. Sola en un país nuevo, lejos de su familia, amigos y ambiente en el que se movía hasta ese momento. Pero el ímpetu de la nueva soberana hizo que pudiera sobrellevar la situación. Hasta emprendió reformas en el mismísimo palacio, en donde diseñó una habitación para niños, inexistente hasta entonces. Más tarde, llegó un hijo varón, el príncipe Alberto y por último, Estefanía.
Los modos, valores y glamour de la princesa atrajeron a las personas más ricas del mundo a pasar sus veraneos en el principado y Mónaco disfrutó por entonces de sus años dorados. El matrimonio se afianzó y ya cumplían 26 años juntos cuando la tragedia llegó a la familia.
El encantamiento de este gran amor fructífero que cambió la vida de un principado completo y significaba para toda la familia una vida de ilusión fue violentamente interrumpido en 1982. Recorriendo los mismos parajes donde veintisiete años antes había filmado junto a Cary Grant Atrapa al ladrón , de Alfred Hitchcock, Kelly sufrió un fatal accidente.
El 14 de septiembre de 1982, el automóvil deportivo en el que viajaba junto a su hija menor se despeñó y precipitó su muerte, de la que su esposo jamás se recuperó. El 18 de septiembre Grace, que tenía 52 años, fue enterrada en la cripta de los Grimaldi. Rainiero se veía desencajado, con la mirada perdida. El avejentado monarca nunca rehizo su vida amorosa y su hija mayor fue quién ocupó el rol de "primera dama" ante los deberes monárquicos. Rainiero murió a los 81 años, en el 2005.
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